Escogeos hoy a quién sirváis. (Jos. 24: 15).
Hoy el mundo está loco: Una demencia se ha apoderado de hombres y mujeres, y los está precipitando hacia la ruina eterna. Prevalece toda clase de complacencia, y los hombres se han infatuado tanto con el vicio que no escuchan llamados ni amonestaciones.
El Señor dice a los habitantes de la tierra: "Escogeos hoy a quién sirváis". Todos están decidiendo ahora su destino eterno. Los hombres necesitan que se les haga comprender la solemnidad de la hora, la cercanía del día cuando terminará el tiempo de prueba. Dios no le da a nadie el mensaje de que pasarán cinco, diez o veinte años antes que termine la historia de esta tierra. No quiere dar excusa a ningún ser viviente para demorar la preparación para su advenimiento. No quiere que nadie diga, como el siervo infiel: "Mi Señor tarda en venir", pues esto conduce al temerario descuido de las oportunidades y los privilegios que se nos dan a fin de que nos preparemos para ese gran día. Todo aquel que pretende ser siervo de Dios, está llamado a prestar servicio como si cada día fuera el último . . .
Hablad de la pronta aparición del Hijo del hombre en las nubes del cielo con poder y gran gloria. No posterguéis aquel día. . .
Esta es la gran preocupación que cada cual debe sentir. ¿Están perdonados mis pecados? ¿Ha quitado mi culpa Cristo, el Portador del pecado? ¿Tengo yo un corazón limpio, purificado por la justicia de Cristo? ¡Ay del alma que no esté buscando refugio en Cristo! ¡Ay de los que de alguna manera apartan la mente de la obra e inducen a alguna alma a ser menos vigilante ahora. . .
La gran obra de la cual no debiéramos desviar nuestra mente consiste en averiguar cuál es nuestra situación personal frente a Dios. ¿Están asentados nuestros pies sobre la Roca de los siglos? ¿Nos estamos escondiendo en el único Refugio? La tormenta se avecina con furia implacable. ¿Estamos preparados para hacerle frente? ¿Somos uno con Cristo así como él es uno con el Padre? ¿Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo?. . .
El carácter de Cristo debe ser el nuestro. Debemos ser transformados por la renovación de nuestro corazón. En esto consiste nuestra única seguridad. Nada puede separar a un cristiano viviente de Dios.
Ellen G. White, Maranatha
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