Tenía tan solo catorce años, estaba en el colegio secundario, vivía una vida normal y feliz en una familia de ocho hijos, en la hermosa isla de Newfoundland al noreste de Canadá.
Un día, abruptamente y sin advertencia, mi vida fue sacudida por la repentina muerte de mi padre de solo cuarenta años.
Mi hermano mayor, de diecisiete, se convirtió en el consejero de mamá. El futuro parecía sombrío y estéril.
Mi sueño era convertirme en enfermera, pero una enfermera en el campo misionero en un país lejano, donde pudiera comenzar una escuela de enfermería o tal vez un orfanato. ¿Se cumpliría alguna vez mi sueño? ¿Cómo podría pagar mis estudios? Todo lo que sabía hacer era esperar que Dios se manifestara con una respuesta.
La espera se convirtió en un compromiso más profundo. Inmediatamente después de completar la escuela secundaria me bauticé en las suaves olas del océano, no muy lejos de casa. Un año después, dejé la isla y fui a un colegio cristiano adventista en el territorio continental de Canadá, donde comencé mis estudios para luego ir a otro colegio en los Estados Unidos donde pude concluir la carrera de enfermería. La travesía hacia este primer título fue llena de desafíos financieros y de todo tipo, pero Dios ya había preparado el camino.
Un paso a la vez, fue la manera como él me guiaba. Llegó el día en que yo marchaba junto a otros, para recoger en la plataforma mi diploma de enfermería. Ningún miembro de mi familia estuvo presente para atestiguar ese momento. Durante cinco años había estado a ocho mil kilómetros de mi hogar, sin poder ir. Pero muy pronto formaría mi propio hogar, al casarme con John quien se encontraba en el colegio estudiando teología. Poco después nos dirigíamos a otro colegio para continuar estudios de posgrado.
Convirtiéndome en misionera
Unos pocos meses después que John comenzara su trabajo pastoral, aceptamos un llamado para servir como docentes en la División del Lejano Oriente. Mis sueños adolescentes comenzaban a desplegar, uno por vez, todos bajo la dirección y bendición de Dios. Contra todas las dificultades, me había convertido en una enfermera, una educadora, la esposa de un pastor adventista y ahora era una misionera docente en el colegio cristiano adventista de Hong Kong.
El colegio tenía la gran responsabilidad de preparar personal para China. Con esta meta en mente comenzamos a estudiar el idioma –elegimos el mandarín, que era el más popular de China, aunque el cantonés era el dialecto predominante en Hong Kong.
China estaba atravesando una tremenda agitación social y política mientras la revolución cultural se desplazaba por el país. La década de 1960 fue marcada por tensiones y violencia en la parte continental, que se propagaron a Hong Kong. Las calles comerciales y los pacíficos lugares en la colonia británica repentinamente se convirtieron en revoltosos centros de protestas y demostraciones políticas. La violencia acompañaba esas escenas.
Ese fue también el tiempo cuando nuestra primogénita nació en el hospital cristiano adventista de Tsuen Wan. Una noche tarde después de visitarme a mí y la bebé, John estaba volviendo a casa en el colegio en Clear Water Bay cuando pasó al lado de un camión estacionado al costado de la ruta. El conductor del camión gritó en la oscuridad ¡Puo-loh! ¡Puo-loh! Mientras John procesaba los sonidos que se registraban en sus oídos recordó que Puo-loh en cantonés significaba piña –lenguaje callejero para referirse a las bombas ubicadas en distintas áreas de la ciudad para crear caos. Se detuvo e investigó el camino frente al auto. De hecho, una bomba activa yacía esperando hacer impacto. Al observar a la policía detonar la bomba un par de horas más tarde, la evidencia del cuidado divino fue simple y poderosa. ¿Podía existir alguna duda que Dios estaba guiando nuestras vidas? John siguió estudiando el idioma chino con incrementado interés e inclusive enseñaba griego del Nuevo Testamento a sus estudiantes de teología usando el mandarín. Mientras tanto, un segundo hospital estaba en construcción en la isla Victoria. Con dos hospitales adventistas, claramente existía la necesidad de una escuela de enfermería. Los líderes de la Unión y la Misión me pidieron que asumiera esa responsabilidad. La tarea no era mía, sino de Dios. Un programa cristiano de entrenamiento en enfermería fue tomando forma y para el momento en que dejamos Hong Kong cinco años después, la segunda cohorte de alumnos se había graduado.
Estudios de posgrado
Al final de nuestro primer período como misioneros, mientras planeábamos nuestro regreso a los Estados Unidos, la División nos presentó un nuevo desafío: proseguir con estudios de posgrado y regresar al Asia para desarrollar programas académicos de posgrado para la iglesia. Nos encantaba Asia y su gente. Donde hay lazos de amor, cualquier desafío se convierte en una oportunidad para Dios.
Los estudios de posgrado estuvieron llenos de acontecimientos, pero los dos nos concentramos en estudios doctorales de tiempo completo. El cambio en el apoyo económico y el nacimiento de nuestra segunda hija agregó desafíos nuevos y especiales. Los marcadores en el camino hacia el futuro no eran del todo claros, pero yo sabía que Dios los revelaría uno a la vez. Su gracia y fortaleza son suficientes para el desafío del momento. Culminamos nuestros estudios, y el día de Año Nuevo de 1979 nos encontró en las Filipinas, en el Seminario Teológico y la Escuela de Posgrado localizados en el nuevo campus del colegio de la Unión de las Filipinas en Silang, Cavite. Estos programas atraían estudiantes brillantes de los vastos territorios y ricas culturas de esa región e inclusive del África. Servir y vivir allí fue como estar en las Naciones Unidas.
Pronto se me presentó el siguiente desafío: la necesidad de un programa de posgrado en enfermería para preparar a docentes y líderes para las numerosas instituciones cristianas adventistas de salud y escuelas de enfermería en todo el Lejano Oriente. Estudiantes de Tailandia, Indonesia, Corea, las Filipinas y del África se matriculaban en el nuevo programa. Enseñar a un grupo tan diverso, altamente motivado, en un contexto cultural tan rico, fue profundamente significativo y lleno de hermosas satisfacciones.
Un ministerio en expansión
Diez años después nos enfrentamos con otro tipo de desafío. Nuestras dos hijas estaban listas para hacer transiciones educativas significativas. La primera tenía que ir a la universidad, la segunda al colegio secundario. Era tiempo de dar prioridad a las necesidades de nuestras hijas y eso significaba volver a Estados Unidos. En ese momento se estaba dando un diálogo importante acerca de la posibilidad de un proyecto de apoyo a la China, financiado conjuntamente por la Iglesia cristiana Adventista y un generoso empresario de Hong Kong. La Universidad de Loma Linda supervisaría la construcción y funcionamiento de un nuevo y moderno centro médico –el Hospital de Sir Run Run Shaw (SRRSH)– en China. La sola posibilidad de semejante proyecto me emocionaba, por más que nos estábamos yendo de Asia y no tenía idea si estaría involucrada el él. Veinte años después de la Revolución Cultural y nuestra estadía en Hong Kong, ¡una puerta se estaba abriendo para la presencia de trabajadores cristianos en China!
Nosotros regresamos a Estados Unidos y nos unimos al cuerpo docente de la Universidad de Loma Linda. El proyecto SRRSH se movía hacia adelante en forma constante y pronto surgió la necesidad de que líderes en enfermería fueran a China a trabajar junto con las enfermeras locales cuando el hospital abriera sus servicios. Una estudiante de posgrado de la escuela de enfermería decidió ir cuando terminara sus estudios. Era la persona ideal para el desafío, mostrando no solamente profesionalismo en enfermería sino también el amor de Dios, y así fue que varias enfermeras del SRRSH se interesaron por el cristianismo.
El ministerio global de la Universidad de Loma Linda pronto daría un nuevo giro. Por años, la Escuela de Enfermería de la Universidad de Loma Linda (LLUSN) había recibido pedidos de distintas partes del mundo para asignar becas para preparar a docentes de instituciones hermanas en otros países. La LLUSN respondió, concediendo una o dos becas por vez. Algunas veces los alumnos luchaban con el inglés y necesitaban hasta tres años para completar la Maestría, por lo que nuestro ministerio global era limitado. Pero Dios nos mostró un camino distinto.
La escasez de enfermeras y docentes de enfermería a nivel mundial demandaba una nueva estrategia. Si podíamos atraer más y más alumnos de alrededor del mundo a Loma Linda, ¿por qué no llevar los programas de posgrado de la LLUSN al mundo? De este modo nació un nuevo desafío: se desarrolló un programa de posgrado extramuros. Donantes con visión proveyeron el apoyo financiero. El primer experimento distante de Maestría en Enfermería se lanzó en 2005 con cerca de 50 alumnos de 24 países. La mayoría eran de instituciones adventistas, pero ocho eran de China. La mitad del grupo asistió a clases en Tailandia y la otra mitad en Argentina y Sudáfrica. La enseñanza era la misma que en la Universidad de Loma Linda y provista por los mismos docentes. Un intercambio cultural entre los estudiantes y entre los estudiantes y los docentes, mejoró la experiencia educacional tanto de los docentes como de los alumnos. A través del modelado de los valores cristianos y la integración de la fe y enseñanza, los alumnos observaron el cristianismo en acción y lo describieron como un cambio en sus vidas.
Pero pronto descubrimos que el título de Maestría no era suficiente. Un creciente número de universidades adventistas alrededor del mundo están agregando programas de posgrado propios, para mantener un cuerpo docente calificado y ayudar a satisfacer las necesidades de sus territorios. En las instituciones que ofrecen un título de Maestría, es necesario que los docentes posean un Doctorado. Nuevamente, es difícil en muchos países que los docentes adventistas obtengan acceso y apoyo para estos estudios. La Escuela de Enfermería de la Universidad de Loma Linda ofrece un Doctorado en Enfermería, pero en el presente, requiere que los estudiantes vengan al campus por un período de cuatro o cinco años para obtener su título. Para servir al campo mundial más eficientemente, necesitamos un formato en el cual los estudiantes puedan venir por períodos más cortos y continuar en sus roles de docencia en sus países. Además, se necesitan becas para hacer esto posible y este es el próximo desafío misionero a ser conquistado –un desafío que Dios resolverá a su modo y a su debido tiempo, un paso a la vez. Todo lo que él necesita son instrumentos humanos que busquen seguir su camino.
En esa búsqueda he encontrado mi gozo. De la adolescente en shock por la prematura muerte de su padre y atribulada por un futuro que parecía ser oscuro e incierto, me he convertido en una persona que ha visto la vida en toda su tragedia y triunfo, incertidumbre y completo gozo. El camino fue allanado y preparado por el que dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Todo lo que necesitaba hacer era poner mis sueños, mis esperanzas y mi vida en quien nunca falla.
Autor: Patricia S. Jones (Ph.D., Vanderbilt University) es profesora de Enfermería y directora del Departamento Internacional de Enfermería en la Universidad de Loma Linda, California.
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