La gran controversia entre Cristo y Satanás, sostenida desde hace
cerca de seis mil años, está por terminar; y Satanás redobla sus
esfuerzos para hacer fracasar la obra de Cristo en beneficio del hombre y
para sujetar las almas en sus lazos. Su objeto consiste en tener sumido
al pueblo en las tinieblas y en la impenitencia hasta que termine la
obra mediadora del Salvador y no haya más sacrificio por el pecado.
Cuando no se hace ningún esfuerzo especial para resistir a su
poder, cuando la indiferencia predomina en la iglesia y en el mundo,
Satanás está a su gusto, pues no corre peligro de perder a los que tiene
cautivos y a merced suya. Pero cuando la atención de los hombres se
fija en las cosas eternas y las almas se preguntan: “¿Qué debo yo hacer
para ser salvo?” él está pronto para oponer su poder al de Cristo y para
contrarrestar la influencia del Espíritu Santo...
El poder y la malignidad de Satanás y de su hueste podrían
alarmarnos con razón, si no fuera por el apoyo y la salvación que
podemos encontrar en el poder superior de nuestro Redentor. Proveemos
cuidadosamente nuestras casas con cerrojos y candados para proteger
nuestros bienes y nuestras vidas contra los malvados; pero rara vez
pensamos en los ángeles malos que tratan continuamente de llegar hasta
nosotros, y contra cuyos ataques no contamos en nuestras propias fuerzas
con ningún medio eficaz de defensa. Si se les dejara, nos trastornarían
la razón, nos desquiciarían y torturarían el cuerpo, destruirían
nuestras propiedades y nuestras vidas. Sólo se deleitan en el mal y en
la destrucción. Terrible es la condición de los que resisten a las
exigencias de Dios y ceden a las tentaciones de Satanás, hasta que Dios
los abandona al poder de los espíritus malignos. Pero los que siguen a
Cristo están siempre seguros bajo su protección. Angeles de gran poder
son enviados del cielo para ampararlos. El maligno no puede forzar la
guardia con que Dios tiene rodeado a su pueblo.
Maranatha, Ellen G. White
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